junio 20, 2025

Las raíces de los árboles de antaño bajo la superficie de cemento, como puede vivirse sin las hojas del otoño deambulando por las calles, soy muy pequeño ante la altura de estos inmensos cajones de piedra con innumerables ventanales, mis pasos se aceleran por la alameda Libertador Bernardo O’Higgins, miles de vehículos transitan veloces, sólo queda seguir la huella de los peatones cuando el rostro del semáforo cambie de color, mi mirada se detiene, ante mis ojos ocho hermosos conos extienden su luminosidad hacia el cielo, en el centro la corona espera que una de las princesas sea la reina de este palacio, de olas amarillas y negras y de trompitos que no dejan de giran en las alturas.
He llegado al Circo Los Trompitos, el aire se torna alegre, las familias han dejado la rutina, ríen en lengua de colores, por fin los rostros son un aro de risas, las manos de los niños unidas como una cadena de plata a las; de sus padres, en las alturas las estrellas transitan como una cinta de anillos de oro, sólo deseamos ingresar a esta mágica carpa.
Una princesa nos recibe y saluda en el hall, del frío otoño transitamos a la primavera, el clima templado, grato como la fragancia de una fruta fresca, el piso brilla como recién pintado de barniz, al costado una legendaria imagen del matrimonio de don Liborio González y la señora María Palma, constructores de circos; de arte circense; ellos son el origen de esta singular carpa, diseñada y confeccionada en México.
He aquí el cambio de frontera, es otro planeta en medio de tanto cemento, de tanto vidrio, acá se estacionó la primavera colorida, todas las luces encendidas como estrellas de este universo, aros móviles amarillos, azules transitan alegres, ingresan a la pista las princesas de su majestad el circo, coronadas de plata, de color de rosa sus maravillosos trajes, sonrientes, hermosas, fluye al unísono de la música la delicada danza; le siguen los artistas: malabaristas, payasos, acróbatas, trapecistas ejerciendo sus talentos, transmiten de labio en labio miles de sonrisas, es la bienvenida majestuosa, dinámica de la tercera y cuarta generación de los González y de los artistas externos que han tenido el privilegio de ser parte de esta producción.
La pista es única en la dinastía de los González, fue modesta de madera, género y aserrín, ahora luce espléndida, alfombrada, en su interior se almacenan tantos sueños, testigo de las hazañas de los hermanos González, por esta emblemática luna de cristal se han presentado a su público los artistas del Circo Los Trompitos.

De improviso en las alturas corriendo por los invisibles caminos del espacio el imponente trapecio junto a Melody, nombre sonoro, desenfrenada, entregada a la velocidad, al equilibrio, a las acrobacias, al riesgo, irradia entusiasmo, va y viene, sus manos asidas a las cuerdas, sus piernas se doblegan, se impulsan hacia la máxima altura, suelta sus manos, sus piernas rozan la barra del trapecio y cuando le espera el abismo, sus pies se doblegan entre las cuerdas y la barra del trapecio, así se sostiene, vuela y vuela con sus manos liberadas, se impulsa, gira, retorna a su posición original, sigue el deslumbrante vuelo, ahí viene, se acerca a nuestros ojos la princesa viviente, el público aviva la sílaba de su canto, se aleja y en su regreso sus manos se desprenden de las cuerdas y sale volando hacia la búsqueda del giro mortal, nada ha sucedido, el trapecio la sigue, la recibe como si existiese un pacto secreto, tan secreto que se conjugan a la perfección.
El circo nos atrae, somos innumerables, miles de rostros tapizan el ruedo, la convivencia activa de nuestras tradiciones que con celo han preservado los González de Los Trompitos, el presente se conjuga con el pasado, hay que cultivar el futuro en las horas del silencio, construir payasitos, acróbatas, trapecistas, que el péndulo no se detenga, jamás se detenga, que perdure por siempre.
Dejad que los niños sean felices, vestidos de payasito, desde sus pelucas a sus chalupas, llegan veloces a la pista, animando con sus manos a la audiencia, que nos traen sus alegrías, la sonrisa de sus rostros pintados, no le agrada al maestro de pista, quizás estaban jugando a ser payasitos y llegaron a la pista, no hay explicaciones que los detenga, deciden actuar como sus padres, sus tíos y primos. Ahí los tenemos rompiendo las estructuras de la calma, regalando risas, parodiando al señor Corales, y desenmascarando al personaje que quería engañar al público, facilitando el rompimiento de los globos que ocultaba.
Las estrellas como recién nacidas en este universo, encendidas, coloridas, brillosas, se han soltado las ataduras de la vida cotidiana, las familias se tornan espontáneas, los niños ilusionados, sus sueños de payasitos, mostrando su incontenible alegría, ¡no dejes nunca de abrigar esta hermosa inocencia que los niños viven bajo esta carpa!


La misión de preservar el patrimonio intangible, de transmitirlo, de cultivarlo y en especial aquellos actos de arte circense que tienden a disminuir su participación en la pista. Acá renace el dúo de malabarismo, la destreza colaborativa, dinámica, hay que reactivar los objetos, darles vida, que ante los ojos el movimiento sea figurativo, como bailarines en el espacio en una coordinada danza.
Se desplazan con agilidad por la pista, con soltura las clavas giran hacia cada una de sus manos, veloces salen y regresan, una al lado de otra, cercanas al borde del roce, de la temible caída, se aproximan y desde la distancia intercambian las clavas, la obra figurativa se renueva en el espacio.
Esas transformadoras manos, esos ágiles pasos siguen al ritmo de cinco aros verdes, se liberan, giran, crepitan suavemente entre la brisa colorida, se elevan, bajan, se intercambian a la distancia entre cuatro manos o veloces decaen en el cuello del malabarista.

Las clavas se transforman como estrellas de oro blanco, luminosas, arden con delicadeza, tenues, inician su viaje, se apagan las luces, son las únicas protagonistas de la pista, danzarinas de mano en mano, creaciones de luces figurativas.
Concluyen con un acto clásico del malabarismo, el juego de los sombreros, que vuelan y vuelven a sus manos, se liberan, regresan, no te vayas porque esas benignas manos nunca te abandonan.
Son las estrellas de la televisión en Chile, nacieron bajo esta gloriosa carpa, la pista es la tierra fértil donde germinaron sus talentos, jugaron a ser acróbatas, payasitos, la orientación de sus padres y tíos facilitó el desarrollo de sus talentos, de su crecimiento, es parte del desarrollo del patrimonio inmaterial, es su esencia, no se puede concebir la vida desde otra perspectiva de los niños en el circo tradicional.
Ahí vienen, los Niños de Oro, se desplazan con agilidad en la pista con giros extendidos, tan sólo un impulso y en su hábitat; la lona elástica, un ful giro hacia la lona, frágil caída de espalda y vuela hacia los hombros del acróbata, que lo espera de pie, aterriza con un leve temblor, tres impulsos en la lona, gira su cuerpo, vuela hacia las alturas y sus pies en los hombros del segundo acróbata, equilibrio y acrobacias configuran esta escalera humana.
Ahora la princesita se impulsa con energía, una, dos y tres veces hasta que logra realizar cinco giros continuos hacia atrás con soltura y elegancia, el público no deja de aplaudirlos, de ovacionar sus destrezas. La acrobacia en su máxima expresión, dos giros en el espacio en posición recta oblicua y un doble salto mortal de la autoría de Julian González e Isaac en la máxima altura que sus energías le pueden regalar realiza tres saltos mortales, el pequeño payasito con sus chalupas juega en la lona, saltando, un giro mortal y lo que no podía faltar en artistas de este nivel; el triple salto mortal a gran altura y velocidad.
Son niños que viven a plenitud sus sueños en el circo y en cada ciudad que visitan asisten a clases como cualquier estudiante chileno, son además estudiosos y responsables.
Ahí están en la pista Melody y Melinda, el dúo de pulsadas y contorsiones que triunfó en el programa Got Talent 2024, en Chilevisión, con qué delicadeza se desplazan sus movimientos desde sus pies a sus manos, hay algo sublime en cada una de sus expresiones, sus giros, su equilibrio colaborativo en la pista, la sutil contorsión de sus piernas al arribar como una diminuta ola a la cúspide de los bastones, la prolongación relajada, espontánea de sus pierna en las alturas, extienden su oleaje hacia el lado, el costado, sobrepasan sus cabezas, qué maravilla, qué flexibilidad, cómo sostienen sus cuerpos con tan sólo una de sus manos, vuelven a la pista, la melodía armoniosa de sus cuerpos, se contagia el ambiente de dulzura, de paz, se contorsiona como un aro, desde su diafragma sostiene sus manos, prolonga su cuerpo hacia el infinito, se anima la danza en sus manos con la fidelidad de una expresión conjunta de arte circense. La plenitud del contorsionismo, del equilibrio, de la precisión, del control al activar esas certeras flechas que revientan ambos globos.
Un acto de arte circense en su máxima expresión, las artes confluyen con armonía, delicadeza, elegancia en Melody y Melinda cuya formación desde sus orígenes hasta el profesionalismo ha sido de sus padres.

Seis hermosas princesas, de su majestad el circo, introducen con una coreografía musical la bienvenida de Los Trompitos, payasos que representan la heredad, el legado de sus abuelos Liborio González, Cascabelito y María Palma, no tan sólo ese sustantivo tan enraizado en los juegos típicos criollos, sino en la misión de transmitir a la cuarta generación ese valioso tesoro de arte circense tradicional
Los Trompitos por su originalidad, su trayectoria, no tan sólo en Chile, sino en México han consolidado una carrera exitosa bajo esta maravillosa carpa y también en la televisión que trasciende a los hermanos Jaby e Isaac González, sino a sus hijos.
Todo se inicia con la presentación de un artista internacional, pero se introduce a la pista un tercero, payasito “impertinente” que le amarga la noche al maestro de pista, también payaso, que desea reactivar al público, hacerlo partícipe, pero no está en la programación del circo, he aquí algo novedoso, ese artista internacional que tanto anuncian nunca llega, es como el absurdo del escritor Samuel Becket en la tragicomedia, “Esperando a Godot”, este misterioso ausente . Aquí viene el antagonismo con el público que no desea la expulsión del payasito y es aquí donde acude como guardia de seguridad Eriberto, de baja estatura, rostro con maquillaje negro, vestuario negro, cordón blanco en su cintura, lo menos que hace es expulsar al payasito, aunque usa el lenguaje, su fortaleza está en su expresión facial, corporal, transmite el absurdo que genera mucha risa en el público, se ríe de sí mismo y de los demás, poco a poco va adquiriendo protagonismo, involucrándose con el tercero, imitando con destreza y de manera exagerada sus movimientos, interpretando a un conocido artista y ganándose el consentimiento del maestro de pista, quien genera muchas reacciones del público hasta que triunfa la hermandad.

En JaBY no hay dudas que es un payaso, así lo expresa su vestuario, maquillaje y chalupas, su hermano Eriberto, aunque podría calificarse como un comediante o artista cómico, no lo es, los elementos del absurdo, de la expresión corporal y facial, su vestuario descolorido, sin chalupas, la pincelada negra de su maquillaje son parte de la evolución del payaso en su estilo y originalidad, de ahí que imitar a Eriberto es muy complejo, porque su talento es único, irrepetible y con Jaby logran esa armonía, esa fusión del payaso tradicional, aún vigente con la expresión innovadora.
Su figura estilizada baila sumergida en la danza, elegancia fina en cada movimiento, es una expresión de despedida a su amado que inicia el vuelo sostenido a las telas, gira como un remolino, se impulsa hacia las alturas, de alegría, retorna para reencontrarse con su amada, unen sus manos e inician el viaje, unen sus cuerpos, se se detienen, se enlazan esas benignas manos, vuelan apacibles, siguiendo el círculo imaginario de la pista en el espacio, llegan felices a la roja alfombra, la amada lo conduce lo protege con las telas entre sus piernas, qué fortaleza para sostenerlo e invitarlo a realizar acrobacias, vuela, vuela con esas blancas alas, no dejes a tu amado, te espera, se une a tus pies y siguen su viaje. El dúo Ángel, Marelys Álvarez y Osvaldo Ramos, artistas internacionales.
El cielo de azul intenso, luciérnagas celestes transitan presurosas por el espacio, el universo, paradisíaco. Los trapecistas de las nuevas generaciones de los González inician los vuelos

preparatorios, atentos, concentrados, flexibilidad e impulso, son las herramientas que sostienen sus talentos, el público atento, les siguen con sus miradas, les ovacionan.
Ahora sí, todo está preparado, su mano derecha sujeta a la barra del trapecio, un leve temblor e inicia su viaje, sus piernas unidas, flexibles desde su cintura, se ovillan y desovillan energía hasta llegar a la máxima altura, el retorno glorioso controlado entre las barras que sostienen la plataforma, sentado en el espacio observa a su cátcher y se entrega en plenitud a la ruta imaginaria, en la cúspide del espacio se suelta de la barra del trapecio, uno y dos giros extendidos, holgados, elegantes, lo atrapa su cátcher y lo conduce a su trapecio, el público ovaciona tan maravillo acto de arte circense de Isaac González.
Son siete los trapecistas en la plataforma, los ejercicios oscilan como el péndulo del reloj, ella la princesa cruza sus piernas en el trapecio, sólo sus manos la sostienen, el cátcher diestro la atrapa con delicadeza y la entrega a su amigo; el trapecio. El más pequeño vuela como una pluma, quiere ser eximio trapecista, transita apacible, como si la brisa lo entregara a su cátcher.
Julian González en posición de salida, rodillas flexionadas, su mano derecha sostiene la barra del trapecio, un leve impulso de transición lo deja en el vacío, en tan sólo un respiro sus piernas arriban al alto cielo, a unos centímetros de la estructura que sostiene la carpa, sólo la fortaleza de sus brazos lo sostiene, cambio de rumbo, ágil, veloz en su llegada al espacio superior, entre las barras que sostienen la plataforma, su figura se engrandece a tanta altura, ahora sí con la elegancia de un eximio trapecista se entrega al vacío; uno, dos y tres giros lo conducen a las manos de su cátcher, quien lo libera del vacío, lo protege y lo entrega a su trapecio, sigue el curso del viaje imaginario en su mente hasta reencontrarse con el hábitat de los trapecistas; la plataforma. El público lo ovaciona, Julia levanta sus brazos.
La familia González tiene un consolidado prestigio internacional en el arte de los trapecios, la historia tiene sus orígenes en los hijos de don Liborio González y la Sra. María Palma , en sus nietos como : Jonathan González Rozas y Jesús González Sandoval y su bisnieto Gastón Maluenda que han logrado realizar el cuádruple salto mortal en los trapecios, son tres de los mejores trapecistas del mundo. En la duodécima edición del Festival Internacional Elefante de Oro de Girona, España, The Fling González obtuvo el primer lugar y el preciado Elefante de Oro, con el triple trapecio con doce trapecistas y tres cátchers, algo inédito en el mundo.


Ahora el cielo abre sus puertas, las estrellas ocultas, nada que interfiera el paso de las motocicletas voladoras, qué nada se agonice en el vuelo, puede que sientas temor, incertidumbre en medio de este universo, intenso es el rugido de los motores, de improviso el vacío en las alturas es traspasado velozmente por el motociclista por ese arcoíris imaginario.


El público siente la adrenalina del riesgo, algunos de improviso se ponen de pie, abren sus brazos o un intenso y prolongado monosílabo, una y otra vez transitan los motociclistas haciendo gala de riesgosas acrobacias.
El cielo se ilumina de múltiples colores, las princesas con su vestuario de gala, los payasos alegres, los acróbatas y trapecistas con la elegancia de su vestuario, las emociones se intercambian silenciosas, los trompitos giran alegres, nadie quiere irse de este palacio, dejar la magia del circo, el público los despide de pie, una inmensa emoción me invade, es una alegría interna, maravillosa, que sólo el Circo Tradicional Chileno te puede regalar.

Gaspar Altamar Gallegos

Crítico de Arte Circense.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *